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Es cierto que todos lo quieren. Y también que se identifican con él. Mide 1.68, como muchos peruanos, y se hizo futbolista en la pequeña ciudad de Huamachuco, que ahora lo idolatra y recuerda sus humildes orígenes detrás de un balón. Allí en Huamachuco, donde vivía con una tía, fue descubierto por el cuerpo técnico del equipo de la Universidad San Martín.

Podría decir que allí empieza su historia. La del jugador temperamental y sobre todo sorprendentemente hábil sorteando a los adversarios y seguro en la definición. Pero no sería cierto. Porque Christian Cueva tuvo que reaprender a ser un jugador de fútbol, a pensar como profesional, es decir, la persona con la disciplina suficiente para administrar su talento en busca de objetivos mejores.

Y es que Cuevita tenía el talento (como lo tenía Manco), pero su carácter indomable solía jugarle duras reprimendas. Si no, recordemos su turbulento paso por el equipo de La Victoria (con casi sucesivas expulsiones), por no recordar otras faltas. Pero después de un tiempo otro jugador surgió. Es el Christian Cueva que conocemos hoy, el joven de 24 años que a pesar o gracias a su estatura, y sobre todo gracias a un severo trabajo físico, es capaz de driblear a los mejores defensas del continente y alzarse como un ganador.

Eso quiero rescatar del jugador que hace las delicias de los hinchas del equipo de Sao Paulo y enorgullece a su pueblo. Como muchos, estuvo a punto de perderse, pero en el camino el apoyo de su padre (que también fue futbolista) y su propia conciencia le mostraron que la vida a veces no da dos oportunidades.