Rolando Arellano, presidente de Arellano Marketing, siempre incide -en base a sus investigaciones- en que el peruano ha cambiado mucho (y para bien) en los últimos años, en concordancia con la transformación que también va experimentando el país.

Lo que falta advertir es que, frente a la política y los políticos, la desazón generalizada de la población sigue intacta, y todo indica que las elecciones presidenciales de 2016 dibujarán mejor esta frustración alojada en calles y plazas.

En buen romance, mientras el Perú sigue en ebullición pese al frenazo económico, el mercado de consumo se mueve por la proliferación de compatriotas emprendedores y tenemos una educación en avanzada, la clase política no da el salto en pro de lograr la satisfacción de las mayorías.

El gran debate de cara a las ánforas será: ¿cuál de ellos es el mal menor? Y, vale decirlo con todas sus letras, el Perú ya no debería estar en esta disyuntiva, que menoscaba el hilo conductor hacia una democracia sólida y un crecimiento sostenible.

Y este statu quo del votante actual resulta peligroso porque, en medio del desconcierto, puede optar por el mal mayor y, entonces, seguiremos navegando a la deriva, en medio de una crisis de partidos, el caudillismo y el estancamiento institucional.

Eso de que arrojen tierra y piedras al Presidente, como ocurrió el viernes en Chimbote, además de ser un acto condenable, denota que la gente anda irascible frente a las promesas incumplidas y quisiera encontrarse, ya mismo, con el candidato que garantice que pasará del dicho al hecho. A ver si aparece.