Barack Obama dejó la Casa Blanca el pasado 20 de enero, día que Donald Trump, su sucesor, ingresaba en ella para conducir desde allí el destino del país. Luego de esa fecha no se le había visto tan notoriamente como ayer, en que fue avistado en un edifico en Nueva York. La gente apostada en la entrada del lugar no se movió hasta esperarlo a la salida, en que fue ovacionado. Un importante grueso de sus compatriotas lo extraña y eso tiene una explicación. Frente al alboroto político causado por el propio presidente Trump con sus cuestionadas medidas -construcción del muro en la frontera con México, control migratorio e impedimento de ingreso de musulmanes, adiós al TPP, etc.-, que no se han detenido desde que llegó al poder, era previsible que a la gente se le ocurra comparar a los presidentes y muestre una lógica preferencia por Obama, que más bien ha sido permeable.

Obama, entonces, sabe que su popularidad no está fundada únicamente por haber llevado adelante, durante los últimos 8 años, un gobierno que jamás será tildado de malo o regularón, sino por la comparación que la gente hace de su gobierno con el recién instalado de Trump. Obama es un hombre joven -55 años de edad-, y por supuesto que su vida política no está acabada; sin embargo, no se crea que podría presentarse para un tercer mandato. No puede hacerlo, pues la Enmienda 22 a la Constitución de EE.UU., ratificada en 1951, prohíbe a los presidentes ser reelegidos por más de dos mandatos. Los antecedentes del comportamiento político en este país, anteriores al año 1951, ilustran que la mayor parte de los jefes de Estado seguían el ejemplo marcado por el primer presidente de EE.UU., el emblemático George Washington, que sin inmutarse se alejaban del poder y para siempre al advertir el final de su administración. Obama será influyente, pero nada más. Los gringos no creen en el caudillismo tan arraigado en América Latina.

TAGS RELACIONADOS