Mientras en el Perú la atención se centra en las declaraciones ofensivas del Presidente de la República en contra de una organización política local, y la respuesta de aquella a las mismas, a nivel mundial se vienen presentando cada vez con mayor intensidad nubarrones que pueden implicar situaciones de cuya existencia ya nos habíamos olvidado. El nuevo embajador de EE.UU. en Moscú, John Tefft, ha declarado, después de presentar su Cartas Credenciales al presidente Putin, que “entre su país y Rusia se afrontan nuevos retos” y “entre Moscú y Washington existen serias discrepancias en cuanto a la política rusa en Ucrania”. Efectivamente, en gran parte la crisis en Ucrania se debe a los 25 años de la política de Occidente encaminada a consolidar su propia seguridad a costa de la ajena, y a ampliar el espacio geopolítico que controla.

Esa política se ha venido manifestando en las sucesivas oleadas de la ampliación de la OTAN, contrariamente a los compromisos asumidos y en violación de las declaraciones sobre la formación de un sistema de seguridad igual e indivisible en la zona Euro-Atlántica, produciéndose un cerco en contra de Rusia aprovechándose de la debilidad política de ese entonces de Moscú. Como resultado, se produjo en Ucrania un golpe de Estado inconstitucional con el apoyo de EE.UU. y varios países europeos, tras lo cual los ultranacionalistas radicales pusieron al país al borde de una escisión sumiéndolo en una guerra civil. Occidente torpedeó constantemente las posibilidades de lograr una escalada del conflicto, obligando a Rusia a intervenir.

Las repercusiones de lo anterior no se dejaron de sentir en plazos inmediatos. Por un lado, aceleró la unión entre China y Rusia, a través del tratado de la creación de la Zona Euro-Asiática, que crea un inmenso mercado para sus miembros; y, por otro, empezaremos a ver cómo se irá desestabilizando el área de los Balcanes, donde Rusia cuenta con naciones que le son afines por ser pueblos eslavos y que no han sido consideradas por la Unión Europea como socios, como Eslovenia, Bosnia, Albania y especialmente Serbia, la gran aliada rusa. Por ello, Alemania comienza a preocuparse al presentir que el sureste de Europa se le puede alterar.