“Semanas Santas, las de mis tiempos”, comentaba una señora que se quejaba de que su hija se había ido con sus amigas de la universidad a Cerro Azul y no podía dormir por la preocupación de que algo le vaya a pasar “en estos tiempos en que los hampones no entienden de Pascua de Resurrección” ni mucho menos.

No pretendemos ser aguafiestas ni nada parecido, pero a esta señora no le falta razón. Y no porque divertirse en una playa sea malo o algo parecido, sino porque la situación del país demanda no exponerse gratuitamente al peligro. Los casos de desapariciones, violaciones, asaltos y demás están a la orden del día y curarse en salud siempre será una mejor salida.

Está comprobado una y mil veces que la Policía Nacional -pese a sus esfuerzos- no se da abasto para dar seguridad en todos los rincones del Perú, y eso lo sabe bien la delincuencia en sus diversas modalidades. De paso, no olvidemos que el diablo también se agazapa donde menos lo esperamos.

La misma señora recordaba que en años idos el Jueves y Viernes Santos, incluidos el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección, acarreaban mayor respeto de la población en su conjunto. Y el dolor de la crucifixión era más evidente entre los católicos, que hasta dejaban de comer carnes rojas.

Hoy, en estas fechas, que se supone son de guardar, se impone como principal premisa la juerga total lejos de la ciudad, y las iglesias quedan en exclusividad para los abuelos. La famosa “semana tranca” que llaman, en la que el sermón de las 7 palabras es música a todo volumen, la última cena es una ruma de botellas, y la oración es al dios Baco. Y así no es.