Para Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia debe ser muy duro que en estos momentos, en que la tienen muy complicada y hasta han sido obligados a pedir permiso al juez cada vez que quieran salir del país por temor a que fuguen, no cuenten con defensores de peso como exministros o excongresistas para que saquen cara por ellos al menos en los medios, defiendan su “legado” y los “blinden” a menos de seis meses de haber dejado Palacio de Gobierno.

Tengamos en cuenta que hasta el último escudero de la pareja, el expremier Pedro Cateriano, ha dicho hace pocos días en entrevista al diario La República que el propio exmandatario debe salir a dar la cara -y no su abogado Eduardo Roy Gates- sobre los indicios que vienen de Brasil en el sentido de que habría recibido dinero para su campaña de la empresa Odebrecht, la que ha admitido el pago de sobornos a funcionarios públicos peruanos entre 2005 y 2014.

A lo largo de la historia del Perú, cada vez que un presidente terminaba su mandato y venían los tiempos difíciles para el caballero, algo que ya parece ser parte del paisaje de nuestro país, aparecían los defensores del “legado” y de la “honorabilidad” del exmandatario. Sucedió las dos veces con Alan García, con Alejandro Toledo y hasta con Alberto Fujimori. Pero ahora, en el caso de Humala y su esposa, el único que aparece es el pariente Santiago Gastañadui.

El golpe para Humala y Heredia debe ser mucho más fuerte, debido a que por buen tiempo ellos creyeron ser los “revolucionarios” y “reformadores” de la ya agotada y rechazada vigencia de los “políticos tradicionales” y hasta soñaban, según se ha sabido días atrás, con quedarse en el poder al menos 15 años con el apoyo de los amigos del Ejército a los que promovieron como les dio la gana. Hoy, a solo seis meses de dejar el poder, se han quedado solos.

Quizá la soledad de los Humala sirva de lección a todos aquellos que quieren entrar en política así, de la nada, con asuntos oscuros por aclarar, como sus ingresos familiares desde 2005 en adelante y las “agendas”, y con ambiciones desmedidas como la de quedarse en el poder más allá de los cinco años; pues eso hace que a la larga, cuando lleguen las vacas flacas, no se tenga al lado a ningún aliado ni para que vaya a algún noticiero a sacar cara por los exjefes caídos en desgracia.

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