Resulta que la urdimbre peruana de los años 90 fungió de caldo de cultivo para la posterior cosecha de una maraña de programas televisivos que giraron entre lo denigrante, lo insultante y lo patético. Hoy, pasado el primer quindenio de este siglo, la mayoría de programas de televisión peruana son un moderno calco de sus predecesores, caracterizándose por su banalidad, estolidez y mero mercantilismo.

Dicha televisión light, inescrupulosa por cierto, es lo que es porque muchos la ven; esta insana situación social permite a las personas el ingreso a falsas realidades de adoración a ídolos de barro, trastocando la idoneidad del entorno contextual, situación que acarrea de manera inexorable, la muestra de desinterés por los problemas sociales que, directa o indirectamente, le debieran concernir.

Error no es solo el de los productores de las cadenas nacionales, sino también el de los padres y madres que permiten a sus hijos el ingreso al mundo de la chabacanería y nimiedad, cercenando negligentemente los años más importantes en el desarrollo cognitivo de su prole.

De esta forma, mientras más niños y jóvenes se pierdan en los mundos ficticios e inalcanzables que ofrece el desfachatado candor de la televisión peruana, mucho más tiempo tardará nuestra sociedad en quitarse los harapos que dejaron aquellos idos años de infortunio en la historia de nuestra enclenque televisión.