Encontrar en la capacidad de recuperación una virtud sobresaliente o un síntoma de rebeldía, nos terminará estancando en un camino del que ya nos está costando mucho tiempo zafar. La reacción de un equipo surge únicamente a raíz de la falta de acción inicial del mismo y la falta de acción es un lujo que ningún equipo que pretenda llegar al Mundial, a falta de cinco partidos para concluir la Eliminatoria, se puede permitir.

Si antes fue la actitud aquello que nos movía el sentimiento, hoy es la capacidad de reacción. No importa que la misma se haya dado ante un equipo inédito de Venezuela, una selección eliminada, interesa poco que hayamos obsequiado un tiempo como si los eliminados fuéramos nosotros. Creemos que reaccionar, responder, es una característica y no algo que debería darse por seguro. Lo mismo nos pasaba con la actitud, nos consolábamos diciendo que ahora nuestro equipo tenía actitud, ¿cuándo se ha visto que cualquier selección del mundo se permita carecer de actitud?

El tema es que venimos arrastrando esas taras de consuelo durante años y no se trata de ser fatalistas o pesimistas, claro que está bien reaccionar, pero no destaquemos eso como un logro. A estas alturas, Perú no debería reaccionar, sino actuar. Nos quedan pocos partidos y lo que a estas alturas debería ser una idea clara de lo que se requiere, es una inconsistencia abrumadora en los primeros 45 minutos.

Paolo Guerrero lo resumió, quizá sin proponérselo, luego del empate ante Venezuela en Maturín: “Cuando este equipo se pone a jugar, puede hacer daño”. Exacto, más preciso imposible, ¿cómo se supone que podemos aspirar a un lugar en Rusia 2018 si a nuestra selección no se le antoja jugar desde el principio?

El valor de este empate radica en la molestia que se hizo evidente en el rostro de los jugadores. No quedaron conformes porque se percataron de que eran superiores, lástima que lo hicieron demasiado tarde, partieron tristes, algunos destacando la entrega es verdad, pero en general plenamente conscientes de todo lo que habían perdido con ese empate.

Ahora la clave está en que nosotros, como público, no tratemos de buscar justificaciones o rescatar virtudes donde no las hubo para intentar aplacar la frustración a la que parecemos acostumbrados, pero que siempre intentamos remediar con torpeza. Tampoco caigamos en el facilismo de sentenciar el tema diciendo que nuestro fútbol está en cuidados intensivos, o que se le intenta resucitar porque cometemos errores garrafales que poco tienen que ver con eso. El nuestro es un problema psicológico que necesita resolverse en la cancha, hay que creérsela un poco y hacerlo cuando apenas empiece el partido. Es lo único que nos resta por hacer este martes, cuando un Uruguay que no está eliminado ni vendrá a probar juveniles, nos visite. Ellos no serán cándidos como los venezolanos, ellos no nos van a perdonar la vida y lo que nos toca es tomar la iniciativa de una vez.