Pareciera que el alcalde de Piura se sacó la lotería. Alguien ha conseguido que hagan, la Municipalidad, sus funcionarios, empleados y obreros, lo que la modorra y el desinterés hasta ahora impedían. Les dicen “las pitucas”, etiqueta que los ediles les han chantado y pronuncian entre dientes cuando las ven ingresar, a todo galope, al despacho del alcalde. 

No son de mucho hablar, van al grano, obtienen el sí o el no, y salen presurosas porque tienen claro que no hay tiempo que perder. Lo cierto es que de pitucas nada: barren, trepan postes y rastrillan carreteras con la misma tenacidad con que hacen pilates, spinning, con licras multicolores en los gimnasios. Pero no todas; hay de todas las edades, colores, tamaños, procedencias, profesiones, etc. ¿Por qué, desde la indignación inicial que apareció tras la inundación de la ciudad, es que se han reproducido viralmente? No se quedaron con los brazos cruzados, no se limitaron a criticar y colocar fotitos en el Facebook. Tampoco les pareció saludable desgastar energías en cuestionar al alcalde y los suyos por la inacción. Los resultados ya comienzan a verse. El ejemplo sigue multiplicándose porque me parece que han descubierto un gran secreto: que las grandes obras están hechas de muchos detalles pequeños, de muchas voluntades unidas por una motivación. Sean zonas residenciales o barrios modestos, todos quieren vivir limpios. Quieren al lugar donde viven y harán todo lo que esté a su alcance para que el lugar al que aman esté limpio, decentemente presentable y digno. Ojalá las aprovechen y este colectivo, que ha optado por llamarse “Piura revive”, crezca más. Hasta hoy, felizmente, han sabido mantener alejados personalismos que la gente mira con la suspicacia del que se toma la foto electorera con el damnificado. Ojalá que las autoridades vean en este colectivo, donde predomina la presencia femenina, unas grandes aliadas para los fines de la ciudad.