El 28 de setiembre de 2005, la familia de Sara Cobaleda la encontró muerta en su casa. Se había tomado todas sus pastillas psiquiátricas.

Sara fue captada en Colombia por la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, rama femenina del Sodalicio. Al poco tiempo fue trasladada a una casa de formación en Lima.

Algo pasó ahí. No sabemos qué, porque Sara tenía prohibido contarle a su familia por órdenes de sus superioras. Lo único que sabemos es que la madre de Sara encontró en Lima que su hija estaba medicada, aislada y que había estado internada en una clínica psiquiátrica. Las fraternas la mandaron de vuelta a Colombia.

Sumida en una depresión brutal, la joven llamó incontables veces a la comunidad limeña (por la que lo dejó todo) para que -quizás por convicción de vocación, quizás por un a especie de síndrome de Estocolmo- la dejasen volver. Las súplicas fueron ignoradas y Sara se quitó la vida.

Son varios los testimonios de abusos psicológicos a mujeres que pertenecieron a las filas sodálites. Parte de su preparación consistía en quebrarte, en despreciarte públicamente si eras “débil”, en asfixiarte con la culpa de tus pecados.

No sabemos a cuántas mujeres se les arruinó la vida en su paso por la familia sodálite. Se sabe tan poco que tuvieron que pasar 12 años para conocer la historia de Sara. Aun así, esta no fue incluida en la investigación y el reconocimiento de víctimas del Sodalicio. ¿Por qué? Tampoco lo sabemos. Ojalá, en honor a Sara, más voces empiecen a alzarse. Y cada vez son más.

Sin duda, de los secretos del Sodalicio se vienen muchos, muchos más.