El padre Armando Nieto Vélez S.J. sin duda es uno de nuestros mayores historiadores contemporáneos. Jesuita, especializado en temas internacionales, su erudición relieva en los asuntos más sensibles de nuestra política exterior. Reiteradas veces dije que debía integrar la delegación peruana ante la Corte Internacional de Justicia en el juicio contra Chile. Hombre de lucidez extraordinaria para comprender y conjugar la historia con el derecho internacional y la política internacional. Con aposento en la Parroquia de Fátima, en Miraflores, brilla como uno de los máximos exponentes de la intelectualidad peruana y por ello fue ungido presidente de la Academia Nacional de Historia y miembro de la centenaria Sociedad Peruana de Derecho Internacional, a cuya histórica revista contribuyó con extraordinarios trabajos sobre los problemas fronterizos que tuvimos con Ecuador y Chile, y, con ellas, además, miembro del reputado Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, a cuya gracia aporta su monumental obra escrita sellada en la selecta colección de la Historia Marítima del Perú. Pocos meses antes del fallo de la Corte de La Haya, lo invité a San Marcos y mis alumnos quedaron extasiados con la precisión y profundidad de sus conocimientos. Infatigable, siempre congregando a los maestros del Perú en conferencias sobre historia y relaciones internacionales. Su ego, un ejemplo de humildad, al que todos le guardamos elevado respeto. Sin ser su coetáneo, es un lujo vivirlo intensamente. Infaltable, celebra por derecho natural las misas en el aniversario del Ministerio de Relaciones Exteriores y el Día del Diplomático en la histórica Capilla Nuestra Señora de la O, frente a Torre Tagle, en cuyo altar y a nuestro pedido nos casó a Liliana y a mí. El Estado Peruano tiene una gran deuda con el padre Nieto y debería reconocerlo a propósito de cumplir recientemente sus bodas de oro sacerdotales.