Acaba de aparecer en las redes sociales un video en que Leopoldo López, el preso político más importante de Venezuela, condenado a 14 de años de cárcel, llama a los militares a rebelarse contra la dictadura de Nicolás Maduro. López sabe que no saldrá de la cárcel en Ramo Verde, símbolo de la prepotencia chavista, solamente por las protestas en las calles -que es la otra rebelión, la de las masas, como sostuvo el español José Ortega y Gasset-, que llevan más de dos meses con cerca de 65 muertos, ni por la bien intencionada acción internacional del secretario general de la OEA, Luis Almagro, y de los países democráticos que asumen su prisión como un completo abuso del poder autocrático. 

Sabe, además, que mientras Maduro tenga maniatado y controlado por la regla del miedo a la mayoría de los militares, gracias a la complicidad de la cúpula castrense que lidera Diosdado Cabello, el número dos del gobierno, poco será lo que se pueda lograr para recobrar su libertad y la de otros presos retenidos en diversas partes del país. La única posibilidad de romper el círculo del abusivo y corrupto poder chavista es que los propios militares, ahora desilusionados y hartos del régimen, decidan la insurgencia promovidos por la propia Constitución venezolana que consagra el derecho de desobediencia civil. No es el caso de que sean militares para que no pueda operar el derecho constitucional. No. La desobediencia civil es un atributo que tiene cualquier venezolano para levantarse contra el régimen constituido al margen del estado del derecho y democrático. Solamente hay una razón que explica por qué Maduro no quiera dejar el poder: tapar la impunidad chavista, que de todas maneras aflorará cuando sea doblegado. Me preocupa y mucho la integridad de Leopoldo, pues si el régimen lo imputa caprichosamente responsable de una rebelión de las armas, podría ensañarse con él.