La noticia del arresto domiciliario para Leopoldo López, decidido en la víspera por la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia luego de mantenerlo tres años encerrado en la nefasta cárcel de Ramo Verde, símbolo de la prepotencia de la dictadura, es sintomáticamente el inicio del final del régimen chavista de Nicolás Maduro. Aislado López deliberadamente en las últimas semanas en la idea de que desde su celda lideraba la conspiración para acabarlo, en el país comenzó a especularse sobre el paradero e integridad del preso político más emblemático, que se volvió el mayor dolor de cabeza para la marcha del pseudogobierno, tanto que si acaso realmente algo le hubiera sucedido en la cárcel donde fue humillado en su condición de ser humano, el desborde popular hubiera sido incontenible, esto es, sin margen de acción o reacción para el agonizante régimen gendarme. Los más de 90 muertos en tres meses de movilizaciones sociales en todo el país, que nadie los quería, han producido la primera y más clara manifestación de doblez del madurismo que, acorralado, no ha tenido otra salida que la de enviarlo a casa cuando hasta antes del inicio de las protestas Maduro se mostraba intransigente e insensible con el caso de Leopoldo, burlándose de los incontables pedidos de libertad profesados por la esposa y la madre del exalcalde del Chacao, ambas convertidas por las circunstancias en activistas confesas. López ahora está en su casa revitalizándose del calor familiar que le arrancaron, pero no es libre. Desde su casa seguirá siendo la piedra en el zapato para Maduro y Diosdado Cabello, el dúo de la ignominia política venezolana. La decisión de poner a Leopoldo bajo arresto domiciliario con el cuentazo de sostener razones humanitarias, por un supuesto delicado estado de salud, excitará más a la población, que está harta del gobierno inepto e inmoral, primero para que consiga su libertad plena, y segundo, para tirarse abajo a la camarilla que sigue al frente del destino del pueblo de Venezuela. Los días de Maduro están contados y él se lo buscó. Todavía no está consumada su salida del poder, pero con solo mostrar un instante de lucidez, podría evitar terminar como Mussolini o Gadafi u otro dictador. El futuro para él está cantado y está en sus manos elegir cómo quiere acabar el magro capítulo en la historia de Venezuela.