Ollanta Humala fue acusado esta semana por los implicados de recibir 3 millones de dólares de Odebrecht en su campaña electoral. De esta manera, Humala, junto a Toledo, son los dos expresidentes con cargos concretos de corrupción que hace rato validarían una prisión preventiva. Por menos de lo que a ellos se les imputa, los gobernadores Santos y Moreno purgaron carcelería “preventiva”. 

Aparecieron algunos para exigir pruebas irrefutables y rebajarle el tono al escándalo. Porque si tienes amigos en el Poder Judicial y en los medios de comunicación, para probarte el dolo tiene que, prácticamente, mostrarse el video recibiendo fajos de dinero o el recibo firmado por concepto de corrupción. Ni qué decir de autorías mediatas. No, pues, eso solo sirve si no tienes amigos poderosos.

“A mis amigos, todo; a mis enemigos, la ley”, decía el expresidente Óscar Raymundo Benavides. Y esto es precisamente lo que pasa hoy. Como con Toledo, ahora a Humala y a su esposa cómplice se les dan todas las facilidades, amparadas en tecnicismos legalistas, para que empaque con calma y programe su larga estadía fuera del alcance de la justicia peruana. Después, bastará con “chocolatear” la gravedad de los hechos con un tedioso y prolongado proceso de extradición hasta que todo se rebaje en el recuerdo de la gente. Y entre tanto, el garante de ambos seguirá celebrando cumpleaños y guardando cómplice silencio.

Curioso devenir de los tres máximos líderes de la persecución contra el fujimorismo y de la supuesta lucha anticorrupción. Ídolos de barro, fariseos de nuestro tiempo. Ni a ellos, ni a los otros fariseos que se les alinearon detrás, sean políticos, activistas, artistas o periodistas, les importó jamás la honestidad, sino únicamente “sacudir sus bolsillos” y alardear de una moralidad de la que siempre carecieron. A no olvidar.