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Pocos recuerdan el fervor con el que se festejó la designación de Lima como sede de los Juegos Panamericanos 2019. Fue uno de esos acontecimientos que nos hacen renovar el patriotismo, inflar el pecho y reconciliarnos con un orgullo que muchas veces nos es adverso. Hoy, casi tres años después de que se anunciara a la capital peruana como anfitriona del evento deportivo más importante luego de los Juegos Olímpicos, el panorama es incierto y poco alentador, más allá de que los responsables de la organización nos tranquilicen constantemente descartando que la realización de los mismos corre peligro, los manejos y movidas que se gestan en torno a este tema no transmiten un mensaje positivo.

El primer síntoma negativo que se pudo percibir fue la salida intempestiva de Arturo Woodman como representante de la Municipalidad de Lima en el Comité Organizador de los Juegos Panamericanos (COPAL). Junto a él partió también José Arista, entonces presidente ejecutivo de la Comisión que era el encargado de manejar el dinero y las licitaciones para las obras de infraestructura. Poco después de renunciar, Woodman reveló que tuvo desencuentros con otros miembros del Comité y que la gota que rebalsó el vaso fue la intención que tenían de contratar a trabajadores extranjeros con sueldos exorbitantes y que resultaban incomparables respecto a lo que ganaría un trabajador peruano.

Esta semana, Luis Salazar-Steiger dejó la presidencia de la COPAL. En cada entrevista que Salazar dio antes de su renuncia siempre buscó transmitir calma y seguridad a través de sus palabras; sin embargo, el día que dio un paso al costado parecía soltar un peso que venía cargando durante mucho tiempo. Reveló, entre otras cosas, que en ocasiones había tenido que poner de su bolsillo para ciertos gastos. Dijo, además, que el tema de los Panamericanos se estaba ensuciando mucho y que existían demasiados intereses en torno a ellos. No pasó demasiado tiempo para encontrarle reemplazo a Salazar-Steiger. Carlos Neuhaus fue anunciado como flamante presidente y, por su puesto, dio un mensaje esperanzador y tranquilizante. Algo que cada vez pierde más fuerza.

Es el Ministerio de Educación quien tiene la responsabilidad de seguir de cerca este tema, pero lo cierto que somos un país inexperto en este tipo de organizaciones. Para que el orden impere debe empezar por reconocerse nuestra falta de experiencia y, a partir de ella, trabajar responsablemente. Para nadie es un secreto los enormes intereses que giran en torno a este evento sin precedentes en nuestra capital. Lo único que empieza a quedar claro es que los mensajes de paz y armonía que suelen lanzarnos con cierta periodicidad cada vez son menos efectivos y más vagos. No sabemos si los Panamericanos corren peligro y eso, en sí, ya es un grave problema.