Ha llegado la hora. El país tiene que decidir de una vez si mantiene su decisión de organizar los Juegos Panamericanos 2019 u opta por el descrédito internacional de cancelarlos y ahorrarse al menos 1500 millones de dólares de costos. No hay triunfo de por medio y optar por la salida de emergencia tendrá consecuencias. Y la verdad es que más allá del comportamiento brutal de la naturaleza con el norte del país, el Perú nunca estuvo preparado para un evento de esta magnitud. Un país sin instituciones sólidas y esquemas de contratación transparentes, con enormes carencias en infraestructura y servicios fundamentales para el desarrollo humano, cuya clase política sigue infestada de delincuentes de saco y corbata, de roedores insanos y estafadores del erario público, no puede vestir de frac para almorzar en un comedor popular. Es solo un tema de coherencia. Desde el Ejecutivo o el Congreso, será una decisión dolorosa y en ella el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski no tiene mayor responsabilidad. Habrá que cargárselo a la larga cuenta de desatinos, estropicios y salvajadas del gobierno de Ollanta y Nadine, que se retiró del Dakar para ahorrarse unos miles de dólares pero quiso organizar estos costosísimos juegos. En estos momentos, ahogados por El Niño, el otro yerro de la pasada gestión de avance cero en las obras debe convertirse en una oportunidad. La tragicomedia es completa porque no hay un ladrillo sobre otro puesto a solo dos años de la inauguración.

Eso sí, del chasco no nos salva nadie.