El crimen del periodista José Yactayo no es un hecho aislado del entorno social y político que nos rodea. Los crímenes, las muertes y los asaltos, en las calles, los lugares públicos y los negocios privados, ¿son hechos de lo que se puede culpar a nuestra clase política? Por supuesto que sí. La sociedad es un ser vivo que crece y se transforma. Las políticas públicas han sido fallidas en el último medio siglo. No se han podido revertir las enormes desventajas que en materia de salud y educación dividen a las clases sociales. Las brechas de pobreza, disminuidas en las cifras, no tienen un correlato en las expectativas aspiracionales de las mayorías. Se puede salir de la pobreza, pero ¿se pueden encontrar empleos de calidad? Se fermenta, entonces, una argamasa de frustraciones que emergen convertidas en sujetos sin valores que hallan en el hampa su hábitat natural, como una olla a presión que deja escapar los fluidos incontenibles de sus excesos. La sociedad está enferma. A todo ello se suma no solo que los políticos han fracasado en sus intentos de compensar el sistema, sino que han robado y convivido con la corrupción. Cada coima, cada dólar ilícito metido al bolsillo de los facinerosos de cuello y corbata, pudo también salvar una vida acribillada sin atenuantes por falta de policías. Es algo que también deberían cargar sobre sus espaldas.