Imposible olvidar el último 28 de julio, en que el presidente Pedro Pablo Kuczynski, apenas investido en el Congreso, ofreció que al final de su mandato, es decir dentro de cuatro años y medio, los peruanos tendríamos servicios de educación y salud pública de calidad, y no como los que existen en la actualidad, que hacen que aquel que no tenga dinero para pagar por estudios y atención médica esté condenado a vérselas con los suplicios que regala el Estado a sus hijos más necesitados.

En materia de educación, no podemos seguir formando futuros peruanos en la escuela y la universidad pública que luego estén en desventaja ya no solo ante los que egresan de las aulas privadas, sino frente a los que provienen de otros países, pues hoy la competencia por un puesto de trabajo incluso dentro del Perú en muchas profesiones es también con la gente que viene de afuera con mucha mayor preparación que la del promedio de nuestros compatriotas.

Imposible que un peruano que proviene de una escuela en la que no hay ni baños y los docentes apenas tienen conocimientos básicos, o de una universidad de por ahí creada por antojo de un congresista de provincias y un gobierno demagogo, pueda competir de igual a igual, y eso es una injusticia. Una educación pública deficiente es más bien una forma de perpetuación de la pobreza de una generación a otra, y eso es lo que ha ofrecido cambiar el presidente Kuczynski.

En cuanto a salud, el cambio tiene que llevar a que la atención en los centros asistenciales del Estado sea al menos digna de seres humanos, y no tengamos postas médicas en zonas afectadas por el recurrente friaje donde no haya ni medicinas para las infecciones a la garganta o a gente en el Hospital Loayza o Dos de Mayo, acá en Lima, esperando meses de meses para una consulta o una cirugía de la que depende su propia vida.

Los retos en estos ámbitos son inmensos para el presidente Kuczynski y su administración. Si se enfoca en estos dos aspectos, sumados a la lucha contra la violencia y la corrupción, algo importante nos habrá dejado para el día en que el Perú cumpla 200 años, pues no podemos llegar al Bicentenario arrastrando taras históricas que son un atentado contra la dignidad y el futuro de los ciudadanos de cualquier país que se dice civilizado.