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Varias sorpresas e injusticias aparecen en la lista del Seguro Integral de Salud (SIS). Es muy lamentable que gente que en verdad necesita la atención médica gratuita o más barata no pueda acceder a este grupo de beneficiados, pero sí lo hacen personas con negocios o los mismos presos, de manera automática, gracias al orden de prioridad del Estado.

Veamos. Hace poco conocí un caso sobre un paciente portador del VIH. El joven no tenía recursos económicos para atenderse y requería de sus antirretrovirales. La solución era ingresar al SIS. Era una situación muy delicada porque en esas condiciones no se podía dar el lujo de hacer trámites y esperar mucho tiempo su ingreso. Había que acelerar su afiliación.

Sin embargo, el joven fue rechazado por quienes manejan el SIS en provincias (Gerencia Regional de Salud) porque vivía en una urbanización, ni más ni menos, en una zona residencial, pero no en una cómoda situación. Tampoco fueron a visitar la vivienda. Solo ese detalle no le permitió convertirse en un usuario del seguro de salud gratuito. Es más, para la reconsideración de su postulación, el paciente debía esperar algo de seis meses.

Si el joven portador de VIH hubiese sido internado en un penal por cualquier delito, así sea como sospechoso con prisión preventiva, estuviera gozando de un SIS y sus antirretrovirales le caerían sin gastar un sol. ¿No le parece injusto cómo actúa el Estado? Hay cuestiones que escapan a los reglamentos y eso es el criterio. Aquí no hay lo segundo y sobra lo primero.

Ojo que el SIS apareció en el 2009 durante el gobierno de Alan García y el objetivo es la cobertura en salud a lo máximo de peruanos que no cuentan con un seguro privado o son de bajos recursos económicos. Pero, en nuestro país, siempre en las buenas obras aparecen los vivos de siembre para sacar provecho personal y el Estado es demasiado deficiente para establecer un autocontrol.