Los que leemos esta columna por lo menos hemos vivido en cualquier parte del país fuertes sismos o terremotos, de los cuales la mayoría ocurrieron en las mañanas, salvo el terremoto de la ciudad de Pisco, ocurrido hace 10 años aproximadamente. Este fenómeno terrestre sucedió a las 18.40 horas en plena estación de invierno. Quiere decir que a esa hora ya estábamos a oscuras y en toda la costa había gran cantidad de humedad.

Muchos estaban asustados no solo por el movimiento de la tierra y sus ya conocidas consecuencias, sino también por las luces en el firmamento limeño. A esa hora, muchos se arrodillaban a pedir piedad, pensando en el apocalipsis. Luego del susto vino el análisis. Mientras unos veían los daños, otros preguntaban qué había sucedido en la atmósfera.

Normalmente hablamos de la interacción océano-atmósfera para describir muchos fenómenos atmosféricos por el rozamiento de estas dos capas, donde la humanidad se desarrolla. Pues bien, la interacción tierra-atmósfera también existe y este fenómeno se da cuando se realiza la liberación de energía, en este caso de dos placas geológicas que rigen nuestro territorio, la placa de Nazca y la Continental. Durante los terremotos, las rocas son sometidas a tal presión que se comportan como transportadores de energía, dando lugar a que ondas electromagnéticas lleguen a la atmósfera, en este caso saturada de humedad, lo cual origina una luz visible llamada triboluminiscencia (del latín, tribo=“frotar” y lumin=“luz”), además de otras ondas del espectro electromagnético.

En suma, en un futuro no muy lejano podríamos predecir con cierta anticipación los sismos de gran magnitud conociendo la atmósfera peruana con tecnología. ¿Por qué no?

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