Después de mantener completamente aislado a Leopoldo López, el régimen gendarme de Nicolás Maduro por fin permitió que su madre, esposa y dos pequeños hijos pudieran tener acceso al preso político más importante del país y que yace reducido en la cárcel de Ramo Verde. 

Está claro que Maduro creyó mejor desconectar al exalcalde del distrito del Chacao de su familia en la idea de que así evitaría que fueran transmitidas instrucciones a sus seguidores para las protestas que llevan sin parar varias semanas. 

La presión de Lilian Tintori dando un grito de advertencia sobre el paradero de su esposo llevó al presidente de facto primero a mostrar un audio en que se escucha a López, pero ante la montaña de cuestionamientos sobre su veracidad, luego decidió permitir que la familia completa visite al líder opositor, constituido en la verdadera piedra en el zapato para la dictadura. 

Maduro está obligado a proteger la integridad de López; de lo contrario, la situación sociopolítica en el país puede desatar una ola de violencia muchísimo mayor a la que se vive actualmente, y que nunca antes se ha visto en la historia política venezolana. El hartazgo de la inmensa mayoría ciudadana podría promover una situación sangrienta que, desde el puro realismo político y con una mirada prospectiva, podría incluso desatar una cruenta guerra civil. Maduro ha llegado muy lejos con los cerca de cuarenta muertos que, como saldo, se deriva de las últimas protestas en toda Venezuela. 

A la gente no la va a parar nadie y la comunidad internacional está decidida a promover nuevas calificaciones de aquello que está sucediendo en el frente interno. Dicho de otra manera, la gravedad de la realidad venezolana podría deteriorarse hasta volverse inmanejable si acaso le sucede algún menoscabo a Leopoldo. Maduro, entonces, deberá cuidarlo, porque esa será la única garantía para su agónica existencia política.