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Equivocarnos es algo que nos sucede a diario. Lo importante es reconocer el error y tratar de no volverlo a cometer. Sin embargo, me siento impotente por esta equivocación.

Me equivoqué con el nuevo Legislativo. Pensé que los congresistas serían mejores, pero el espectáculo en la juramentación me ratifica en que seguimos frente a políticos inmaduros cuyo afán de figuración puede más que el interés nacional.

No entiendo cómo personas inteligentes, educadas y supuestamente interesadas en que el país sea mejor nos hacen partícipes de sus complejos. Así, hay los que juraron por diversas cosas, desde porque no haya esterilizaciones forzadas hasta por el indulto a Fujimori. ¿Qué pueden estar pensando estos señores congresistas sobre lo que significa el juramento que están haciendo y por ende sobre cuál es el rol que les toca jugar en el país durante los cinco años que vienen?

Quizá sea importante recordarles que el país quiere que los congresistas legislen sobre temas relevantes para el ciudadano y el país; que fiscalicen dentro de sus competencias para lograr un objetivo positivo pero no como persecución política. Que se ocupen de revisar las normas que da el Ejecutivo; que representen a aquellos que los eligieron y no los olviden luego de sentarse en su curul; y que, como Alberto de Belaunde, usen los servicios públicos y hagan las colas que le tocan al resto de los ciudadanos para ver cómo se les pone fin.

Queremos un Congreso mejor que el anterior, que fue muy malo. Queremos ver a los legisladores elegir al defensor del Pueblo y nombrar a las autoridades que requieren de su anuencia; queremos sentirnos orgullosos de ellos. No queremos más show. ¿Podrán, por favor?

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