Helmut Kohl, canciller de Alemania por 16 años (1982-1998), acaba de morir. Fue una figura prominente de la política internacional de los años 80 y 90. En efecto, nadie como él para ser protagonista del final de la Guerra Fría y de la unificación de las dos Alemanias que resultaron del mundo bipolar, luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En mi adolescencia, a ojo cerrado, fue de mis personajes mundiales favoritos. El canciller era un pacifista por definición. Fue uno de los mayores estadistas a los que más debe, primero, Alemania y, segundo, Europa. Nadie como él para acabar con el funesto impacto del Muro de Berlín (1961-1989) que, cuando gobernante, fue completamente derruido. Hizo todo y sin desmayo para que Alemania sea grande mirando el final del siglo XX. Llegó más lejos de lo que el Plan Marshall pudo hacer por la reconstrucción de su patria luego de la guerra de 1939 porque su objetivo fue lograr una Alemania realmente unida. Esa era su tesis para que los germanos sean relevantes y determinantes en la historia europea y lo consiguió. Acercó Alemania a España con una química extraordinaria que solo él pudo lograr con Felipe González, presidente del gobierno español. La consecuencia de esa dupla impulsó a España dentro de la Comunidad Europea y Madrid viabilizó para que Kohl lograse su fin último: convertirse en el arquitecto del fortalecimiento del Viejo Continente, viendo nacer a la Unión Europea por el Tratado de Maastricht de 1992, algo que a Margaret Thatcher (1979-1990), otra grande de la historia europea contemporánea, no le producía aplauso. Macron, el aún flamante presidente de Francia, también preocupado por la unidad de la UE, debe haberlo apreciado tanto como su antecesor François Mitterrand (1981-1995), a pesar de las rivalidades entre ambos países. Finalmente, Kohl formó una célebre triada con George Bush padre (1988-1992) y Mijail Gorvachov (1989-1991), con quienes palanqueó la inexorable caída del ya mentado Muro de Berlín.