Ha sido un error ecuatoriano decidir la construcción de un muro tan solo a metros de la margen derecha del Canal Internacional de Zarumilla, por supuesto en el lado de ese país. El muro tiene un alto de 4 metros, por lo que no es poca cosa. Pero la pregunta que nos hacemos todos los peruanos es qué debe haberlos llevado a levantarlo, siendo contrario al espíritu de integración fronteriza y buena vecindad que ha venido gobernando la relación bilateral peruano-ecuatoriana desde la firma del Acta de Brasilia de 1998, luego de haber sostenido ambos países una relación compleja durante el siglo XX, con una guerra (1941) y dos conflictos: Falso Paquisha (1981) y Cenepa (1995) . 

Nadie lo entiende y, lo que es más grave, en el lado ecuatoriano nadie saber justificarlo. Juega en contra de esta febril idea de Quito la coyuntura internacional, donde el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, ha sido harto cuestionado por una gran mayoría de sus compatriotas y por la comunidad internacional al decidir la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México. 

De manera que el asunto de los muros resulta sumamente sensible para la sociedad internacional cuando los pueblos más bien están pensando en tender puentes, como corresponde a la era de la globalización. Hace bien la Cancillería en convocar al embajador de Ecuador en Lima y rechazar el muro requiriendo explicaciones. En pleno siglo XXI, levantarlos es un completo despropósito. Nos ha sorprendido, no hay que negarlo, y por una razón de fondo: la relación bilateral entre ambos países es exitosa, y se ha visto reflejada por el Plan Binacional de Integración Fronteriza, que marcha muy bien. A partir de la firma del Acta de Brasilia de 1998, que puso punto final a una vinculación con sobresaltos, la relación ha mostrado resultados positivos curiosamente en la misma zona de frontera donde paradójicamente se ha construido el muro.