Toda la semana política ha estado marcada por el hallazgo de las agendas de Nadine Heredia, las cuales a estas alturas ya no cabe ni llamarlas eufemísticamente “supuestas” o “presuntas”. La esposa del Presidente ha podido desmantelar todo y pasar a la ofensiva con un sencillo acto político: aceptar el reto de someterse a una prueba grafológica para probar que le fraguaron las agendas y emplazar con razón a sus opositores. No lo hizo y, así, ha otorgado la razón a sus acusadores y ha permitido que escale el escándalo.

Sin duda, las agendas de Heredia constituyen el símil de las cintas magnetofónicas de Richard Nixon que produjeron su caída. Empieza a especularse con políticos, empresarios y periodistas que podrían integrar una madeja de “intereses compartidos a la sombra” -por decirlo elegantemente- que dichas agendas consignarían con detalle de nombres, fechas y hasta de cifras.

De otro lado, las agendas son el equivalente político del video Kouri-Montesinos, que diluyó al tercer gobierno de Fujimori en tiempo récord. Porque todo indica que reflejarían que la red de intereses configuran una corrupción generalizada que excede al Presidente. Si no sucede eso ahora, es sencillamente porque a los partidos más a cuenta que vacar a Humala les sale que complete siquiera los siete meses que restan hasta las elecciones del próximo año.

Si Nixon, un magnífico político, encontró su Waterloo en Watergate, las agendas de Nadine pueden ser el “Nadinegate” de Ollanta Humala. No de su gobierno, que, como dijimos, ya no lo querrán vacar, sino de él mismo y de su esposa como figuras políticas a futuro.

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