El sábado pasado se llevó a cabo la segunda marcha de #NiUnaMenos y, a raíz de la movida en redes que nos recordaba la penosa situación de la mujer en el Perú, los infaltables opositores a su visibilización salieron con sus argumentos bandera: ¿Por qué #NiUnaMenos y no #NadieMenos? ¿Por qué no existe también el masculinicidio?

La respuesta es simple: es la violencia contra la mujer, no contra el hombre, lo que impera en el Perú. Y esto no se comprueba solamente con las cifras -que demuestran que la diferencia con la violencia de mujeres hacia hombres es contundente-, sino que se trata de un asunto transversal a toda la sociedad, incluyendo el sistema de justicia. Basta con escuchar los incontables testimonios de mujeres agredidas que han intentado encontrar amparo en las autoridades: los policías, médicos legistas, fiscales y jueces que preguntan a la mujer que se desangra qué le hizo al marido para que se moleste, que ignoran su caso porque “ella se la buscó” y porque “los trapos sucios se lavan en casa”.

¿El resultado? Solo el año pasado, el 34% de las mujeres víctimas de feminicidio o tentativa presentaron denuncias ante el sistema de justicia y no recibieron protección alguna. Acabaron muertas.

Movimientos como #NiUnaMenos buscan visibilizar un problema que a este punto resulta ilógico negar: vivimos en un país machista, donde los operadores de justicia perpetúan la violencia del hombre hacia la mujer y en el que cientos de mujeres son asesinadas por hombres cada año, y no al revés. El día en que acabemos con esta pandemia -y solo entonces- ya no será necesario marchar por un grupo.