Ayer culminó con éxito notable, en Chorrillos, el Primer Seminario Internacional “Planeamiento Estratégico Operacional”, organizado por la Escuela Superior de Guerra del Ejército del Perú y la Joint Special Operations University de Estados Unidos. Los expertos, durante dos días, analizaron la importancia del planeamiento estratégico desde los frentes interno y externo del Estado como actor de las Relaciones Internacionales. En esa ocasión me referí a la variable externa y, puntualmente, a la proyección internacional de Washington en la era Trump y, por eso, casi por coincidencia con la coyuntura planetaria, me referiré en esta columna a la intención del presidente estadounidense de liquidar el acuerdo al que llegaron, luego de intensas negociaciones, los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania con Irán, en el objetivo de levantar las sanciones económicas que pesaban sobre el mayor país chiita del Medio Oriente a cambio de que la nación islámica acepte una limitación al programa nuclear que ha venido llevando adelante en los últimos años. Voy a explicarlo. Si Trump insiste con nuevas sanciones, el presidente iraní Hasan Rohaní terminará pateando el tablero y todo lo avanzado irá al tacho. Pero allí no queda todo. Trump, que está buscando el pretexto para avanzar militarmente sobre Corea del Norte, perdería un aliado estratégico -que costó mucho neutralizar- en el Medio Oriente. Más bien la represalia de un Irán dolido por la ausencia de reglas claras en los acuerdos entre Estados -en la eventualidad de que Estados Unidos deshiciera el acuerdo- será forjar rápidamente una alianza con el propio régimen de Kim Jong-un para constituir juntos una verdadera amenaza nuclear para el mundo, pero sobre todo para el propio Estados Unidos o sus aliados inmediatos: Corea del Sur y Japón. Menos estratégico será si apunta, también con sanciones, hacia China, que recientemente no se ha quedado callada manifestando sus voceros que podrían adoptar medidas para salvaguardar a cualquier costo sus intereses.