Venezuela es un mal ejemplo para la región. La sistemática y descarada violación de derechos humanos no tiene límites. La CELAC, que acaba de reunirse en Costa Rica, la meca del derecho del hemisferio, lo mira inmutable y lo que es peor, lo apaña.

No sé qué está pasando con los países democráticos de la región que incluye al nuestro. La Cancillería no hace ni dice nada. Contando con un canciller sin carácter, sin reflejos ni olfato político, la inacción es in extremis. Tuve la esperanza de que participando en San José, nuestra diplomacia se hubiera podido contagiar de las venas de Porras y de su inmortal discurso jurídico en ese mismo lugar, en defensa del caso Cuba -nunca sobre la revolución castrista-, en 1960. ¡Qué enorme diferencia! Porras fue un hombre de principios y murió en su ley. Nada de eso se ve en la conducción ni tampoco en la ejecución de nuestra política exterior. Dos expresidente democráticos de América Latina fueron impedidos de visitar al líder opositor Leopoldo López, recluido en la cárcel de Ramo Verde. El Perú no dijo nada. ¡Qué vergüenza! Por si acaso, el gesto de los exgobernantes Pastrana de Colombia y Piñera de Chile no tiene nada que ver con la prohibición de intervenir en los asuntos internos de un Estado. Aquí estamos hablando de supremos valores consagrados en los instrumentos continentales en el marco de la OEA y de otras instancias del hemisferio a las que Venezuela está adscrita.

Mientras un general venezolano valiente, como lo es Antonio Rivero, ha podido llegar hasta la sede de la ONU en Nueva York pidiendo protección internacional, el gobierno de Maduro autoriza a su gendarmería mayor represión en manifestaciones pacíficas. Pronto vendrá a Lima Lilian Tintori, esposa de L. López. El presidente Humala debería recibirla.

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