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Barack Obama, el 44° presidente de los EE.UU., no deja de sorprender a sus compatriotas. Su empeño en recomponer la política exterior de su país no se detiene. Decidió dar un giro total con la Cuba de los hermanos Castro y llegó a un acuerdo jamás sospechado con Irán respecto de su programa nuclear. Ahora, ha cruzado el planeta para llegar hasta Vietnam, país que históricamente ha considerado a Washington su enemigo mayor. La sonada guerra que los enfrentó entre 1955 y 1975 fue reflejo de la Guerra Fría donde las potencias -EE.UU. y la Unión Soviética- buscaban acumular a cualquier costo espacios geopolíticos de influencia. Ello explica la obsesión estadounidense para evitar la unificación vietnamita. Al final, Washington se dio cuenta que no podía y tuvo que iniciar la retirada del país asiático con sabor a derrota cobrando más de 58,000 muertos y cerca de 1700 desaparecidos. Los comunistas habían vencido al país más poderoso de la Tierra y este episodio traumático impactó muchísimo en la denominada “gran nación americana” como fue acuñado particularmente el país y su propia gente desde la idea del “Destino Manifiesto” que los inspiró en el siglo XIX en la tesis de constituirse en el país más dominante y trascendente del globo que ahora había sido derrotado. Volver a casa en esa condición era algo impensado, pero así lo hicieron. Obama sabe que los vietnamitas todavía los miran con recelo al soportar por la guerra cerca de 6 millones de muertos y por eso ha llegado hasta Hanói, su capital, para dar señales de confianza a la cúpula política y, en general, al pueblo vietnamita. El presidente de EE.UU., más allá de una relación bilateral normalizada en 1995, busca estrechar lazos comerciales y militares con ese país. Pero nada es gratuito. Al hacerlo, pretende mediatizar a China, el Estado más poderoso en esa región, que busca emularlo internacionalmente. De afirmar los puentes que no pudieron afianzar más Clinton y Bush, sus antecesores, Obama será recordado por sus aciertos en el frente externo.