Si algo nos enseña la historia de la humanidad, es que nadie es imprescindible. Por un instante todos somos protagonistas. Pasado ese momento, nos hundimos irremediablemente en el abismo del olvido. Somos “botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”, como escribió F.S. Fitzgerald. 

La gloria humana es una gloria feble, esquiva. Los romanos de la era republicana decían que Roma era la obra del pueblo y de sus grandes hombres, no la hechura de una sola cabeza, y por eso despreciaban cualquier forma de monarquía. Las empresas humanas que duran no están animadas por un personaje concreto. Lo que está destinado a pervivir se alimenta de un principio fundacional. Ideas, no hombres.

Odebrecht es un caso perfecto que ilustra este axioma de la historia humana. Ni los dueños ni los socios de la empresa brasileña son irremplazables. El Perú ha existido antes de Odebrecht y sobrevivirá a su embate. La teoría del too big to fail es una exquisitez del liberalismo moderno, incomprensible para la virtud clásica. El corrupto debe caer. El corrupto debe pagar sus crímenes en la cárcel. La justicia peruana tiene que actuar con mano firme y segura, respetando la presunción de inocencia pero sin convertirla en patente de corso para la impunidad. Los antiguos hablaban del honor del Estado. Nosotros, los de ahora, tenemos que conformarnos con el instinto de supervivencia. O metemos en la cárcel a los políticos corruptos de Odebrecht, a sus socios y a sus satélites, o hundimos al Perú en una crisis de gobernabilidad que favorecerá el surgimiento de un outsider. Rosa María Bartra tiene ante sí un reto formidable por el que vale la pena luchar.

P.S. Ha fallecido el catedrático Pedro Sagástegui, jurista, maestro y amigo. Vita mutatur, non tollitur, profesor. Todos nos veremos en la patria celestial.