El 29 de octubre del año 2000, una noticia invadió las redacciones y ganó titulares y segmentos en los noticieros televisivos: el alzamiento en armas de un comandante de artillería del Ejército, acompañado de su hermano, en el Fuerte Arica, en la localidad de Locumba, Tacna. En esos días, el régimen de Alberto Fujimori pasaba por un franco proceso de desintegración y la crisis generada por los “vladivideos” había hecho que la decadencia moral y política invadiese todos los actos del Gobierno. 

Por eso, en ese momento, una insurrección contra la podredumbre instalada en Palacio, una rebelión contra el saqueo económico, una protesta contra los estropicios morales gatillados por la segunda reelección fueron vistos no solo con indulgencia sino con simpatía. Tanto fue así que meses después, con la asesoría de Javier Valle-Riestra, el Congreso indultó a los autores del levantamiento. Así saltó a la escena política Ollanta Humala Tasso; esa fue su abortada partida de nacimiento. En mayo de 2011, no obstante, cuando OH intentaba por primera vez ganar la Presidencia, Vladimiro Montesinos reveló que lo de Locumba fue un chasco, una farsa, el burdo plan para encubrir la fuga que el mismo día y a la misma hora él había planificado en el sinuoso velero Karisma. En una declaración ante la justicia, VMT señaló además que OH era uno de los oficiales que había servido para comprar votos de Perú 2000, a través de dádivas repartidas por el Ejército, en el sur del país. Hoy, 17 años después, la vida política de OH parece haber llegado a su fin. Hoy se enfrenta a lo que siempre fue: un sujeto inescrupuloso que no dudó en el uso de la artimaña para ascender, un político facineroso, un fanático del arribismo. Hoy la justicia solo tiene que hacer su trabajo.