México tiembla estrepitosamente. Nuestros noticieros se llenan de notas que nos recuerdan no solo la tragedia que viven nuestros hermanos mexicanos, sino la latente posibilidad de vivirla en carne propia, acá, en nuestro país.

En 1985, un brutal sismo sacudió el país azteca y dejó 10 mil muertos. Desde entonces, México se tomó en serio lo que la prevención manda, y esa cifra que hoy alcanza los más de 300 muertos podría haber sido mucho más alta.

Ese cuento de que acá, en Perú, un terremoto puede estar avecinándose no es nuevo. Los noticieros y sismólogos salieron con el mismo discurso luego del terremoto ocurrido en Chile en el 2010.

Lo que es cuento viejo es eso de que en el Perú estamos poco o nada preparados para afrontar los desastres naturales. Según el Ministerio del Ambiente, el 32% de la población se encuentra asentada en territorio de vulnerabilidad alta a muy alta. Sí: uno de cada tres peruanos pondría su vida en juego en caso de terremoto. Para marzo, por si fuera poco, la mayoría de gobernadores regionales ha ejecutado menos del 10% del presupuesto asignado a prevención y emergencias para el 2017. Y yo, en lo personal, el último simulacro de terremoto que viví fue en el colegio, hace ya sus añitos. Lo mismo con la capacidad de respuesta. Pisco, 10 años después, continúa en la sombra en cuanto a reconstrucción se refiere.

Sería bueno que la tragedia que azota hoy a México sirva para algo más que llenar los noticieros de escombros y rescates. La evidencia lo grita. Los expertos lo gritan. Ojalá que mañana no tengamos que atiborrarlos con las nuestras.