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Un gobierno como el de Ollanta Humala y Nadine Heredia no podía despedirse de otra manera: con el develamiento de un busto de bronce en honor al Mandatario, quien junto a su esposa se dio el trabajo de viajar, el jueves pasado, hasta el distrito ayacuchano de Oyolo para estar presente en el “magno evento”, que no hace más que provocar vergüenza ajena y ponernos por momentos al nivel de una republiqueta pintoresca perdida en el mapa.

Si a algún alcalde sobón de por ahí se le ocurrió hacer un busto en honor al presidente Humala por la razón que sea, lo que debió hacer el gobernante es marcar distancia y no participar en tremendo papelón, y de inmediato notificar a la Contraloría para que proceda a denunciar penalmente a ese burgomaestre si es que usó recursos públicos para levantar un bronce en lugar de destinarlos a solucionar los problemas de sus pobladores.

Además, recordemos que por años el propio Humala se ha quejado, como presidente y como candidato, de los alcaldes que usan recursos públicos para hacer monumentos a la maca, a los árbitros de fútbol o a los sombreros de paja. Bueno pues, el aún mandatario tuvo la oportunidad de ser consecuente con su prédica, en lugar de prestarse a ser parte de un papelón que sin duda ha dado la vuelta al mundo a través de los medios y redes sociales.

Incluso si el busto de bronce fue hecho con recursos de algún ayayero privado, no está a la altura de un jefe de Estado prestarse a ese tipo de “homenajes”. Eso estaba bien para los tiranuelos caribeños o africanos del pasado, pero no para un presidente democrático y de estos tiempos, en que supuestamente va quedando atrás el folclórico culto a la personalidad. Incluso la mala costumbre de poner la foto de mandatarios en entidades públicas ya debería ser desterrada.

Un jefe de Estado que busca trascender y permanecer en el recuerdo de los gobernados debería intentar hacerlo desde el primer día de su gestión a través de obras y acciones que permitan mejorar las condiciones de vida de la gente de su país, especialmente de la más necesitada, mas no a través de un bronce que lo más probable es que el próximo alcalde que venga lo mande derribar por no encontrarle mayor sentido.