La huelga de los maestros ha puesto sobre el tapete una serie de desaciertos acumulados en la última década, y que han tenido como principal gestor precisamente al poder político. Las fallas van desde la largamente comentada reforma magisterial hasta la acusación de la vinculación de grupos de profesores con organizaciones radicales, y que no tocan el problema de fondo del sector Educación. ¿Se veía venir? Sí. Basta con reunir todas las voces que en los últimos años criticaron la política del sector por considerarla agobiante y poco realista (desde el punto de vista de los maestros) para darnos cuenta de que el descontento, la incomodidad generada por la marginación remunerativa, además de la presión constante por una evaluación surrealista, fueron el caldo de cultivo de una protesta que se ahondó con la descalificación de las justas demandas de los profesores, metiéndolos a todos en el saco de la “subversión”. Por supuesto que hay grupos radicales que aprovechan esta situación para generar el caos en el que añoran reinar, pero esa no es la esencia de la reclamación. Claro que hace falta identificarlos, pero sobre todo es urgente entender y atender los pedidos de los maestros. Más de un agente tiene que ver con este lío, y en especial en este gobierno, en el que la falta de reacción y propuesta política echó leña a un fuego avivado por el bolsillo barato de los profesores. Nos ha salido caro el error, al punto de poner a todo el país en sobresalto. Es tiempo de corregir los errores y empezar a trabajar en favor de los jóvenes y las nuevas generaciones. Todos esperamos que esta vez el Ejecutivo no pierda la brújula, ya parchada, que lo conduce.