El vicepresidente del gremio empresarial más poderoso del país falsificó 176 facturas y omitió el pago de impuestos por casi 6 millones de soles, hoy está prófugo de la justicia y casi nadie dice nada al respecto. Es increíble que este hecho no haya merecido un pronunciamiento más fuerte de parte de los empresarios, de los políticos y de los formadores de opinión.

Si algo está en crisis en el Perú son los valores. El presidente de la Confiep, Martín Pérez Monteverde (colega de plancha del prófugo defraudador tributario Lelio Balarezo), ha tenido un tímido pronunciamiento luego de cinco días de conocidos los hechos. Pérez ni siquiera ha condenado con contundencia la inconducta de su amigo y número 2 de su equipo. La Confiep, que publica permanentemente comunicados para hacer lobby, no ha publicado absolutamente nada sobre el tema.

Ya es hora de que la clase dirigente se pronuncie sobre lo que significa ser un buen empresario y lo que representa ser un criminal. Muchas fortunas y grupos empresariales se han hecho defraudando al fisco, violando la ley y corrompiendo al sistema.

En el Perú se sigue premiando el éxito económico sin importar la forma en la que este se ha alcanzado. Las autoridades y los gremios deberían mostrar a Lelio Balarezo como lo que es: como un criminal que nadie debe imitar. Sin embargo, eso parece ser política y socialmente incorrecto por haber sido dicho sujeto uno de los principales representantes de la clase empresarial y miembro del establishment. Por ello, muchos líderes de opinión se hacen de la vista gorda.

Capeco (gremio del que Balarezo fue presidente) y Confiep han echado por tierra todo lo que decían defender. Si el representante máximo de dichas instituciones es un corrupto evasor de impuestos, qué se le puede pedir al empresario promedio.

Si la cobertura multimedia del caso de Lelio Balarezo fuera similar a la que tiene Gerald Oropeza y existiera sanción social, otro sería el Perú.