Nuestro Nobel, Mario Vargas Llosa, vuelve a declarar de política peruana. Ahora sostiene que votar por Keiko Fujimori es votar por la candidata de la dictadura y que es muy inquietante que lidere las encuestas porque el gobierno de Fujimori fue una dictadura sanguinaria y corrompida, y que el hecho de que Keiko encabece las encuestas significa que muchos lo han olvidado.

También señala que el gobierno de García fue muy corrupto y que los peruanos podríamos legitimar a la dictadura o a la corrupción.

Curioso que nuestro escritor, habiendo sido “garante” de un gobierno sobre el que también pesan acusaciones de corrupción, insista en entrometerse sin poder probar sus acusaciones. Claro que tiene derecho a expresarse, pero también debe asumir la responsabilidad de ser una persona de gran influencia y tal vez hacer comentarios constructivos.

Sostener que Keiko representa la dictadura no solo colisiona con el 32% que la apoya, sino que asimilar a Keiko con su padre equivale a que sus hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana, tuvieran que responder por los actos del escritor. Y si sostiene que Alan García es un corrupto, que lo pruebe con hechos y que se abstenga de aceptar cenas en Palacio e invitar a García a cenar a su casa con su familia.

Cuánto mejor hubiera sido que nuestro escritor hablara de la importancia de la Cumbre del FMI y del Banco Mundial; de que, a pesar de las malas épocas, el Perú tiene una inflación controlada; o de que hay mucho por hacer contra la pobreza y que él liderará una cruzada contra ella.

Cada vez que el escritor se convierte en político pierde objetividad y cree en el “pecado original”, atribuyendo culpas heredadas.