Desde tiempos precolombinos, la tierra guarda especial significación en la cosmovisión andina. En contraste con el cielo que lo fue para los europeos, los antiguos peruanos encontraron en la tierra una extraordinaria conexión con la Pachamama o Madre Tierra, el centro gravitacional y protector de sus vidas. La vida social incaica, que fue comunitaria y cooperativa, giró en torno a la agricultura, base de la economía del Tahuantinsuyo. La pachamanca es el plato más comunitario y festivo de los Andes, todos la disfrutaron sin distinción: los hatunrunas u hombres del pueblo, los mitimaes o enviados a las fronteras y los yanaconas o serviles. Cocinar bajo tierra donde la cocción deviene del propio calor de las piedras previamente calentadas por varias horas, hace del plato un producto singular. Hoy, los turistas extranjeros, como antes los españoles al llegar a América, cuando visitan nuestras serranías quedan impresionados porque no habían previsto conceptualmente que se pudiera preparar alimentos bajo tierra. Junto a nuestro afamado ceviche o pollo a la brasa, deberíamos hacer lo mismo con la pachamanca que es un plato andino preparado a base de carnes diversas (chancho, pollo, etc.) y aderezada con chincho, huacatay o ají colorado, y acompañada con papa, yuca, camote, habas y choclo. El Estado peruano la declaró Patrimonio Cultural de la Nación y hoy, primer domingo de febrero, celebramos el Día Nacional de la Pachamanca. Su internacionalización, como la paella española o la lasaña italiana, deberá ser asumida con prioridad y merecer el mayor impulso de nuestra política exterior valiéndonos de la tan mentada diplomacia gastronómica para potenciar eficazmente al Perú.