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Por estos días, a cinco meses de acabadas las elecciones generales, notamos de distinta forma los efectos de lo que significa no tener verdaderos partidos políticos que sean el real soporte de la democracia y de la representación de los peruanos. Lamentablemente, tenemos solo clubes de amigos -o de enemigos- que se juntan con el fin de afrontar comicios, para luego abrirse y tomar otros caminos con miras al siguiente proceso de sufragio. Lo vemos hoy en el oficialismo. No hay orden ni en la propia bancada de Peruanos Por el Kambio (PPK), donde ya se avecina una fractura. Ahí los legisladores se enfrentan públicamente y se desautorizan. Esto es, pues, lo que pasa con un grupo político formado meses antes de las últimas elecciones sin un norte claro, sin jerarquías ni cohesión. En lugar de dedicarse a apuntalar a su líder, Pedro Pablo Kuczynski, quien comienza a caer en aceptación, el choque entre ellos es de todos los días.

Miremos también lo que pasa en el Frente Amplio, que tuvo inicialmente una crisis interna, y ahora en Tierra y Libertad también se ha producido un éxodo. No es novedad que esta gente de izquierda ande de división en división, mientras que hasta un terrorista excarcelado como Peter Cárdenas busca acercarse para “hacer política”. Pero ahí tenemos otra muestra de cómo va la “institucionalidad” de los partidos en el Perú, sin importar la tendencia.

Si hablamos de la agrupación de Ollanta Humala y Nadine Heredia, notamos que hasta ahora no puede justificar el dinero que usó para sus campañas electorales. Con partidos serios, bien constituidos, con fuentes de ingresos conocidas (acá el problema es la falta de una ley que regule bien los aportes) y con dirigentes responsables ante la ley, esto jamás podría ocurrir, pues la plata no podría llegar en cajas o maletas, ni ser desviada a cuentas bancarias personales. Seguiremos siendo un país informal y hasta “chicha” en política si no tenemos partidos de verdad, muy distintos a los que vemos hoy, donde una vez que acaba un proceso electoral, incluso habiendo ganado, sus integrantes se van por su lado o, lo que es peor, el dinero entra sin mayor control hasta de gente que actúa al margen de la ley para generar “compromisos” una vez que el “beneficiado” llega al poder. El camino no es fácil ni corto para acabar con esto, pero algo se debe hacer.