Ayer Keiko Fujimori presentó el anunciado hábeas corpus buscando la libertad de su padre. Se abre así un nuevo capítulo en la persistente lucha de los simpatizantes del expresidente por sacarlo de prisión. Y aunque en el propio fujimorismo hay voces discrepantes por el método en que debiera salir, lo cierto es que todos quieren verlo fuera. Y me temo que no solo los fujimoristas. No es casual que hay cada vez más voces de distintos sectores independientes que coinciden en que Alberto Fujimori ya tiene que ser puesto en libertad. Más allá de los termocéfalos antifujimoristas de las columnas de opinión o del activismo de plazuela, voces serenas y maduras van convergiendo en la necesidad de pasar de una buena vez el capítulo Fujimori de la historia viva y actual del Perú. 

El famoso “pasar la página” que el propio Presidente Kuczynski pidió, a pesar de insistir en rodearse de fanáticos “antis”. Los peruanos necesitamos pasar esa página comprendiendo que lo ocurrido en los noventa fue resultado de una situación extrema que tuvo muchísimos orígenes y que no debemos volver a atravesar. Un escenario que exigió decisiones terribles y que dio paso a excesos en casos puntuales, pero que no pueden extraerse del contexto de extrema gravedad que vivía el país. 

Pasar esa página, sin embargo, es algo que será imposible mientras Fujimori siga preso y, más aún, si ocurre la desgracia de que fallezca en prisión. Pues si esto ocurriese, solo se perpetuará el “mito Fujimori” de una manera indeleble e incontestable, así como lo hará el antifujimorismo. Y el país no necesita, en el siglo XXI, otro siglo XX, partido entre aprismo y antiaprismo o, esta vez, entre fujimorismo y antifujimorismo. Demos pasos adelante, no solo para garantizar la gobernabilidad, sino la imprescindible estabilidad política que nos impulse al desarrollo en serio.