Mi columna es un juicio de valor anterior e independiente del resultado del partido de esta tarde en el Estadio Nacional de Santiago, donde las selecciones de Perú y Chile se enfrentan en la semifinal de la Copa América 2015. Tengamos presente que un partido de fútbol entre ambos países es rebasado en su mera connotación deportiva. Me explico. Aprendamos a aceptar que ganar o perder con Chile es un asunto aparte. No necesitamos de un sociólogo, un antropólogo o un historiador para comprender que la relación bilateral está sellada de manera transversal con sucesos conflictuales en el proceso de construcción del imaginario de ambos pueblos, principalmente desde fines del siglo XIX.

El fútbol no es política ni diplomacia, pero bien que aparece como una variable que surte sus efectos en las relaciones internacionales. En el caso de Perú y Chile, todo tiende a polarizarse. Por eso, ante la inminencia del partido, nuestros jugadores declaran y los chilenos, sin pérdida de tiempo, responden.

A ambos lados de la frontera corren las apuestas y las hinchadas de ambas selecciones se enfrentan en las tribunas lanzando una multitud de particulares arengas, incluidos los improperios que alcanzan a los himnos nacionales, que son símbolos de la patria. De allí que Perú y Chile estarán jugando, además, un partido aparte, aunque a algunos conservadores les resulte difícil comprender. El pasado juega el partido del que nadie quiere hablar públicamente, pero que es recordado durante los 90 minutos del encuentro.

Ya sabemos que el resultado victorioso en la Corte Internacional de Justicia de 2014 no es un partido de fútbol, pero ganar hoy podría consumar un 2-0 frente a Chile en menos de 24 meses, acrecentando la tesis de la victoria. Finalmente, cuentan las movidas de Humala y Bachelet que estos van a querer sacarle provecho al contexto, según sean el resultado.