Para nadie es un secreto que en el Perú, en el campo político, cualquier cosa puede suceder. Sin embargo, sería alucinante y hasta surrealista que hoy, a 25 años del golpe de Estado del 5 de abril dado por Alberto Fujimori, los izquierdistas y afines que se niegan a condenar la dictadura de Nicolás Maduro salgan a dar declaraciones y a rasgarse las vestiduras por lo que sucedió en nuestro país, mientras callan en todos los idiomas y tratan de maquillar los excesos del chavismo.

Por ejemplo, sería risible ver hoy a Verónika Mendoza o a algunos de los integrantes de la bancada del Frente Amplio criticando el “disolver, disolver” de Fujimori, cuando a Maduro lo tratan con guantes de seda por más que lleva años al frente de una dictadura impresentable, cuya última “hazaña” ha sido pasar por encima del Congreso con mayoría opositora para terminar así con la democrática separación y autonomía de poderes.

Son varios años los que a la izquierda peruana, esa que sigue siendo incondicional de la dictadura cubana de Fidel y ahora de Raúl Castro, le cuesta manifestar expresiones de condena al chavismo, al igual que a Ollanta Humala y Nadine Heredia, quienes hace pocos días han tenido que driblear la situación antes de condenar con todas sus letras a un régimen que habría sido excesivamente “generoso” con ellos, en términos políticos y económicos.

Ver a un izquierdista condenando el 5 de abril de 1992 y callando ante los excesos de Maduro es igual de alucinante que observar cómo los fujimoristas se rasgan las vestiduras por lo que sucede en Venezuela, pero -aunque hoy son pocos- defienden lo ocurrido en el Perú hace 25 años, cuando la Constitución y la democracia, con todos sus defectos perfectibles, fueron pasadas por encima con el apoyo, eso sí, de la gran mayoría de peruanos.

Los políticos de todas las tendencias deben tener muy en claro que las interrupciones del orden constitucional son nocivas y condenables, vengan de donde vengan y sean de derecha o de izquierda. No hay justificación para actuar con tibieza ante estos excesos, que son de larga data en América Latina. Los golpes o autogolpes y las dictaduras merecen la condena de todos pues, como vemos, solo generan abusos, corrupción y se traen abajo la institucionalidad.