Uno. La raíz del Perú es el cristianismo. Fue el catolicismo el que permitió lograr la síntesis viviente que es nuestro país y eso se manifiesta no solo en la transformación de nuestra cultura sino también en personajes concretos que son el símbolo de la peruanidad. Los santos peruanos encarnan la unidad que el cristianismo ha fomentado en nuestro país. Por sobre las divisiones, en contra de los sectarismos, navegando por encima de las fracturas, el catolicismo ha unido este país y sus santos son el símbolo de un destino de solidaridad que se impone a cualquier ideología que aspira a la separación.

DOS. Este impulso de unidad, cuando ha sido fuerte, ha logrado frenar las desviaciones de nuestra conciencia nacional, estableciendo la paz y sentando las bases de la cultura peruana. Pero cuando se ha diluido, cuando el cristianismo, que siempre tiene una dimensión performativa, ha sido sobrepasado por el ambiente que le toca transformar, entonces la propia nacionalidad, el tejido social, se desmorona. Ninguna ideología es capaz de crear una civilización por sí misma. De hecho, solo la adhesión a principios trascendentes permite la supervivencia de un país. Cuando pasamos de principios trascendentes y objetivos a la defensa de intereses subjetivos (o falsamente colectivos) institucionalizando el egoísmo o dando pie a la lucha de clases, las sociedades se debilitan hasta la decadencia. El retroceso del cristianismo inaugura la decadencia de las sociedades.

TRES. Conviene recordar que las ideologías crean personajes muy concretos cuyas vidas deben ser examinadas. La vida de Marx es una culminación del marxismo. La vida de los santos es el ejemplo de lo que el catolicismo ha creado a lo largo de la historia. Un país desangrado por el vicio de la corrupción y el desgobierno tiene que regresar a sus raíces. Es el tiempo de la regeneración.