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Suena trillado, pero es necesario reiterarlo una y otra vez: un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Y es que el Perú ya parece Macondo, ese pueblo de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en el que tras una epidemia de insomnio sobrevino una pérdida de memoria colectiva. Eso somos: un pueblo amnésico.

Sendero Luminoso (SL) no murió. Por más que los fujimoristas se empecinen en decir hasta el hartazgo que Alberto Fujimori acabó con el terrorismo, no fue así. Estamos 2016: han pasado 24 años desde la captura del cabecilla Abimael Guzmán, camarada “Gonzalo”, y Sendero sigue vivito y coleando. Es inaudito y sumamente alarmante, pero es lo que es.

Y cada cierto tiempo se asoma y llama nuestra atención. Ya sea tratando de aproximarse a la coyuntura política, a través del Movadef, o en actos apologéticos como el ocurrido recientemente en un cementerio de Comas. Muchos se indignan y lamentan que haya gente “ignorante” que “se deja influenciar por esos terrucos”. Es lamentable, claro que sí. Pero el problema de fondo no es la gente sino el origen de esa ignorancia.

La época de terror y violencia que soportamos entre 1980 y 2000 nos dejó alrededor de 69 mil muertos, según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Decenas de miles de víctimas de un conflicto cuyo caldo de cultivo fue la desigualdad y la exclusión social (es importante tener esto en cuenta porque ambos factores, que fueron fundamentales para el conflicto, aún prevalecen). Una guerra en la que los enemigos y las víctimas éramos todos peruanos. Debemos perdonarnos, pero no olvidar.

Y es que, al parecer, nos dolió tanto que decidimos olvidarnos por completo de esa etapa. Tremendo error. Para poder sanarnos como país y aprender de aquel triste episodio de nuestra historia, lo que debemos hacer es lidiar con él; tenemos que analizar y entender qué fue lo que nos pasó y por qué. Tenemos que hablar de terrorismo aunque nos lacere. Tenemos que recordar siempre lo que pasó en Ayacucho, lo que ocurrió en Tarata, los coches bomba, el toque de queda, las torres derrumbadas, nuestros desaparecidos y nuestros muertos. Tenemos que recordarlo y tenerlo presente, porque es parte de lo que somos. Solo así evitaremos que la historia se repita.

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