Para nadie es un secreto que al Perú y a los peruanos no nos simpatiza en lo absoluto que Chile se quede con la Copa América. Pero esta vez, los sureños se han ganado a pulso esta antipatía.

No solo han sido los fallos arbitrales que, sospechosamente,

han favorecido a los mapochos, dejando la impresión de que cualquiera que fuera el obstáculo que tuviera por delante, Chile lo iba a pasar, como dice su emblema oficial, por la razón o por la fuerza. Han sido también varios otros factores.

La mano invasiva de Gonzalo Jara, que derivó en la expulsión

de Cavani, fue el punto de partida. No solo por el dedo proctológico de ruta insondable, sino porque -se supo después- Jara le dijo a Cavani que “tu viejo se va a comer una cana de 20 años”.

La frase revela mucho más que el deseo de sacar de sus casillas a un rival enredado en el remolino del drama familiar sino el objetivo desmesurado, ineludible y torvo de ganar la Copa América a como dé lugar, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

Si para ello el fair play va a ser una fantasía, que lo sea; si el deportivismo solo una quimera de los soñadores, que lo sea; si la hidalguía ya no es un valor, si las reglas unos preceptos dignos de romperse, si la educación no es parte de la competencia, sí pues, que lo sean.

Además, a diferencia de todas las ediciones anteriores de la Copa América, en las que el anfitrión jugaba al menos en dos sedes, Chile se zurró en las convenciones y no se movió de Santiago a lo largo del torneo. Pepe el Vivo tiene ahora una estrella en el pecho.

Así están las cosas en el Sur. Gritando Chi-chi-chi-le-le en cada sede donde no juega su selección, pifiando

a los rivales que se encaminan a enfrentarlos y agrediendo los himnos nacionales, como el de

Argentina ante Paraguay.

Bueno, pues, si quieren su Copa, que le ganen con todas esas armas a la Argentina de Messi y compañía y, después,

los espera un nuevo Perú en las próximas

Eliminatorias. Que así sea.