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Solo el esfuerzo solitario del presidente Pedro Pablo Kuczynski intentó evitar que la XXV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno sea igual que las 24 ediciones anteriores: una insulsa, ridícula e inoperante cita repleta de vanidad y naderías. Solo contra el mundo, como un Quijote ante los molinos de viento, una y otra vez PPK buscó que el tema del “Pacto Iberoamericano de la Juventud” no sea exclusivo y se aborde, aunque sea tangencialmente, la insostenible situación de Venezuela y su Estado lapidado por el abuso, la corrupción y la atrocidad de un tal Maduro. Los esfuerzos de PPK fueron conmovedores. Primero, a su llegada (“se va a conversar de los grandes temas de AL, incluyendo espero los temas del vecino país Venezuela”); luego a través de su primera intervención oficial (“es muy difícil tener una reunión como esta sin hablar de esos temas”); después a partir de la presentación de un borrador de acuerdo (“allí hay alteración del orden democrático” y “crisis social y humanitaria”); y, finalmente, tras el fracaso de todo lo anterior, con un comunicado (“se ha vulnerado la Carta Democrática”) emitido al final del evento, luego de suscrita la estéril Declaración de Cartagena. Torre Tagle intentó liderar una corriente marginada por la cobardía del protocolo, por el infame principio de no injerencia inaplicable para esta devastadora situación. Pero porque no le hicieron caso, no hoy, quizá mañana, el pueblo de Venezuela le reconocerá a PPK sus esfuerzos impregnados de dignidad. Y no mañana, quizá hoy, el Perú debería reconocerle lo bien que estuvimos representados, lo bien que se siente perseguir causas dignas y que mientras alguien insista en ellas, nunca estarán perdidas.

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