Cuarenta minutos. Este tiempo utilizó PPK en su primer mensaje a la Nación. Los que están acostumbrados al circunloquio y la retórica fácil dicen que fue corto, pero para quienes esperan menos palabras y más acción, estuvo preciso.
Hay que ir acostumbrándonos. Kuczynski no es Alan, tampoco Toledo ni mucho menos Humala. PPK es PPK, una persona de frases a punto seguido, técnico, con poco espacio para el adorno verbal y la pachotada lingüística, de risa corta y humor punzante.
Todos los temas pasaron por su discurso inicial y aunque no faltan los reclamos por la forma tangencial en que -por ejemplo- abordó la inseguridad ciudadana, denota que ese será su estilo de gobierno: él se encargará de los tags, y el desarrollo y la explicación respectiva correrá por cuenta de su Consejo de Ministros, con Zavala a la cabeza.
Dentro de esa incursión presidencial con bisturí en la mano, yendo directo al grano, los fujimoristas jamás se gastaron un aplauso, y más bien se refugiaron en un protocolo tan formal que rayó con la malcriadez. Llegaron, se sentaron, hicieron muecas y se fueron. Todavía no aprenden que las pelonas nunca cambian y tampoco que lo cortés no quita lo valiente.
Lo cierto es que Pedro Pablo Kuczynski ya está en Palacio. Es el caballo ganador “por unos pelos, por una nariz”. Y las fuerzas políticas interesadas en que el país sea viable deben apoyar esta especie de mandato de convergencia que tendremos hasta 2021. Importan las nuevas generaciones, no las próximas elecciones.