El presidente Pedro Pablo Kuczynski asistió ayer a la toma de mando del nuevo jefe de Estado de Ecuador, Lenín Moreno, y dejó en claro la voluntad del gobierno peruano de seguir trabajando por la continuidad democrática y el respeto a la institucionalidad en toda la región.

El mandatario peruano ha demostrado que, además de decir, hace todo lo posible por establecer una política del buen vecino con todos los países, salvo con aquellos en los que el sistema democrático no existe o está socavado. Su buen talante y su espíritu amigable han generado muchas simpatías en el exterior, y en Ecuador no ha sido la excepción. Por ejemplo, hace dos días recibió las llaves de la ciudad de Quito y fue declarado Huésped Ilustre de la capital ecuatoriana.

Estrechar lazos de amistad da un mensaje de unidad entre dos países que antes tuvieron episodios hostiles. Estos son otros tiempos, en los que necesitan consensos y cooperación para salir adelante juntos.

Lejos de la batahola política peruana, donde más que proyectos en conjunto hay acomodos de acuerdo con determinado interés, PPK debe haber tenido un suspiro de alivio en Ecuador, en medio de un ambiente sin tensiones, discursos encendidos y gestos vehementes. Debe haber estado tranquilo en un escenario en el que nadie se cree más importante que su país, donde no hay espacio para los enfrentamientos y disputas, donde solo hay lugar para las definiciones. Al volver al país afrontará otra realidad, dura, conflictiva y alterada por la coyuntura política. Tendrá que tener mucha muñeca y capacidad de liderazgo.