El ataque de obstruccionismo que los enemigos de Fuerza Popular han desplegado contra el partido mayoritario del Perú no está basado en una evidencia. Por el contrario, el concepto de obstruccionismo forma parte de una estrategia propagandística. En tanto propaganda, el ataque tiene como fin debilitar a Fuerza Popular basándose en una mentira, ya que el Congreso de mayoría popular ha sido constante tanto en el apoyo al Ejecutivo como en el control basado en el Estado de derecho.

El objetivo de la propaganda, en este caso, es consolidar una percepción falsa. Una mentira. O, utilizando un término de moda, una posverdad. Lo relevante no se agota en identificar el objeto y el objetivo de la propaganda si no es diseñar la contrainteligencia necesaria para neutralizar la mentira del obstruccionismo y pasar a la ofensiva. De allí que la invitación al diálogo por parte de Keiko desnuda la verdad sobre los puentes torpedeados por el Ejecutivo, unos puentes que han sido tendidos una y otra vez por Fuerza Popular. El resultado del diálogo tiene que ser meridianamente claro para la población, como lo ha sido la invitación. Si el Presidente no propone nada concreto o si el Ejecutivo no acepta una agenda puntual, el mito del obstruccionismo se cae antes de consolidarse.

Sin embargo, sí existe un obstruccionismo real y galopante. Este obstruccionismo ha nacido en los laboratorios del contubernio socioliberal y busca impedir el indulto, promover el odio a Keiko e infiltrar el aparato del Estado para desde allí disparar con dinero público a la oposición, torpedeando cualquier intento de diálogo. El obstruccionismo que la progresía endilga a sus enemigos es el mismo que practica de manera intolerante, casi estalinista. Estas son las paradojas de la democracia: el mentiroso compulsivo, sonriendo, se atreve a acusarte de falsedad.