Corea del Norte ha tenido la amenaza como conducta recurrente en los últimos años. Desde que Kim Jong-un asumió el poder a la muerte de su padre, se ha dedicado con obsesión a ordenar el lanzamiento de misiles al Pacífico, alertando primero a su vecino Corea del Sur, y, en seguida, al mayor aliado que tiene Seúl: Estados Unidos. 

La respuesta de Seúl y Washington ha sido intensificar sus maniobras con el único propósito de disuadir a Pyongyang, pero el régimen de Jong-un, lejos de sentirse intimidado o neutralizado, se ha venido mostrando abiertamente desafiante. ¿Hasta cuándo actuará creando un completo estado de tensión e incertidumbre internacional que a la postre impacta en la propia paz mundial? China tiene capacidad para promover un cambio en la actitud belicista de su antiguo aliado desde el armisticio de 1953; tan solo una presión económica sobre Pyongyang para que los norcoreanos realmente lo piensen dos veces. La capacidad militar de los coreanos comunistas sigue siendo un completo enigma. 

La otra, la de Estados Unidos, realmente puede ser letal si acaso Jong-un tuviera en el camino un arranque de locura extremis cuyas lamentaciones pueden ser sencillamente devastadoras. La realidad es que Corea del Norte no sabe lo que quiere y pone al descubierto una anarquía en la gobernanza intra y extraestatal. Nadie le dará tregua a cualquier disparate que pudiera decir el líder norcoreano, poniendo el futuro de su propio pueblo en elevado riesgo. Washington, con un presidente como Donald Trump, tendría una reacción insospechada si acaso sufriera algún impacto. Serenidad es lo que queda