¿Quo vadis, América Latina?
¿Quo vadis, América Latina?

¿A dónde vas, América Latina? Antes de contestar esta difícil pregunta, preguntemos si existe América Latina. Es una pregunta que me hacía Robert MacNamara cuando era presidente del Banco Mundial y yo era el jefe de planificación del banco y le preparaba varios de sus discursos (inicios de la década de 1970). Reflexionando un poco sobre el tema, sí podemos decir que América Latina culturalmente existe y tiene un largo abolengo histórico que une el pensamiento, especialmente en su literatura. En sus distintos estilos y periodos históricos Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Rómulo Gallegos, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y muchos otros tienen una cultura en común, a pesar de sus diferencias. Hay también centenares de tribus e idiomas nativos, ciertamente muy variados, pero unidos en su resistencia a la colonización que empezó hace 500 años.

Pero en economía no hay unión: con algunas excepciones (América Central, Panamá-Colombia, el Mercosur proteccionista), somos islas que comercian mucho más con el exterior que entre sí mismas. Esa es una gran diferencia con Europa, en la cual el comercio regional predomina en comparación con el comercio interoceánico. Hace dos siglos que se habla de integrar económicamente a los países de América Latina, pero es un proceso lento y accidentado. Cuando el exterior tiene un resfrío, a nosotros nos da neumonía: eso es lo que está pasando en este momento, con un declive pronunciado en las tasas de crecimiento de todos los países grandes de la región, con excepción de Colombia.

El siguiente cuadro, derivado de las estadísticas del Fondo Monetario Internacional, muestra cómo en los últimos cinco años el crecimiento de las economías de América Latina ha ido decayendo. Para el año en curso se espera apenas 1% de crecimiento económico para la región, una perspectiva causada en parte por la importancia de Brasil, cuya economía no creció en 2014 y parece que tampoco lo hará en 2015.

Algunos analistas de la región dicen que este desempeño pobre se debe a la dependencia de la región de las materias primas. Ciertamente, la caída del precio internacional de los metales y de los granos ha tenido un efecto negativo. Pero la principal razón no es esa. Más bien, es la incapacidad de la mayoría de los países de la región de organizarse para levantar sus niveles educativos, competir internacionalmente en la industria y el conocimiento, y la endémica corrupción que parece estar incrustada por todas partes. La solución es clara: una enorme inversión en educación e infraestructura, y una limpieza drástica de los sistemas gubernamentales y judiciales cuya ineficiencia brilla desde hace más de dos siglos.

También necesitamos reorganizarnos entre nosotros. Como lo dijo recientemente Andrés Oppenheimer en su columna sobre América Latina, aquí pululan organizaciones internacionales con cantidad de reuniones, comités y resoluciones, pero en realidad logran muy poco por no decir nada, y algunas de ellas, como la Unasur, son una pantalla para propaganda de algunos Estados, como lo explica claramente el estadista colombiano Rodrigo Botero en una reciente columna titulada “La diplomacia bolivariana y Unasur”. Es inconcebible, por ejemplo, que estas organizaciones no se pronuncien sobre los

abusos contra los derechos humanos y democráticos en varios países de la región. En el pasado, cuando había gobiernos militares, las organizaciones políticas interamericanas tampoco dijeron gran cosa sobre la tortura y las desapariciones. Mejor sería borrar estas organizaciones y empezar de nuevo.

Al final, lo más importante es prosperidad con democracia. Por eso, todos nuestros países deben pensar seriamente en cómo vamos a hacer para que América Latina no esté siempre en la misma posición: 8% del Producto Bruto Mundial desde hace décadas y el mismo 8% en comercio internacional. O sea, estancados. Y tenemos que promover más democracia, más libertad de medios, más ideas avanzadas y modernas, y más tolerancia. Es cierto que el autoritarismo ha estado asociado con crecimientos económicos extraordinarios en países asiáticos en particular. Pero la herencia cultural que nos une nos dice que aquí la prosperidad no llegará sin libertad y democracia. Combinar estos elementos es el gran reto para el Perú y para la mayoría de nuestros vecinos.